Es oficial, vuelvo a tener trabajo: ya llevo cinco días en una agencia de programación cuyo producto es un LIMS. Es un contrato de tres meses con el 75% de sueldo, más opciones para la permanencia y el 100%. La empresa no es grande, pero es solvente y en ella impera un cierto tipo de mentalidad que no tenía ni por casualidad el despacho de publicidad donde estuve en 2017.
Debería alegrarme, pero tras tantos años de desempleo y subempleo no consigo emocionarme. Peor aún, esta semana ha coincidido con una serie de sucesos muy preocupantes e incluso perjudiciales: de momento estoy perdiendo más que lo que he ganado. Quiero creer que la desgracia tiene un límite, pero sé que la maldad no lo tiene, así que solamente me queda la aprensión defensiva.
